-
-
-
-

17 de agosto de 2009

La industria editorial entró en guerra con Google

El coloso de Internet habría sugerido a los autores cuyos libros fueron escaneados ilegalmente que acepten una propuesta para legalizar la situación cobrando una indemnización y autorizando la explotación futura de su material: Guillermo Schavelzon, uno de los editores más importantes de habla hispana, respondió con una carta punzante.

Antes de transcribirles el material, nos interesaría hacer una breve introducción al conflicto. El punto neurálgico de la controversia se llama Google Books, un servicio del buscador que aún está en fase beta y que consiste en un catálogo bibliográfico virtual creado con la intención de que se puedan localizar, a través de Internet, libros publicados alrededor de todo el mundo.

Este proyecto recién pudo comenzar a caminar luego de lo que se conoció como Acuerdo Google: un convenio en el cual se decidió que los autores, a quienes les digitalizaron sus obras sin aviso, sean compensados con 60 dólares por libro, y se estableció que el 63% de los beneficios serán para los titulares de los derechos editoriales y el 37% para Google.

Pero claro, no todos los editores están de acuerdo con aceptar esta propuesta, y Guillermo Schavelzon (n. del R. uno de los agentes literarios más prestigiosos en lengua castellana. Fundó su propia agencia en Buenos Aires y posteriormente se trasladó a Barcelona. Antes de trabajar como agente literario y representar a gran diversidad de autores, fue editor y director de la Editorial Alfaguara y de Ediciones El País en Madrid, del grupo Planeta en Argentina, y en México de la Editorial Nueva Imagen. En el año 1986 dirigió y fundó el Centro de Promoción del libro Mexicano) es uno de ellos.

Pero lo más grave es que el problema no es viejo, pues lo mismo ocurre con YouTube y la industria musical: éstos últimos aseguran que el éxito y expansión que tuvo el portal de videos de Google, donde muchos usuarios subieron contenidos sin pagar derechos de autor, se tradujo en una terrible tragedia para su industria.

En respuesta al Acuerdo Google, Schavelzon escribió una carta dirigida a todos los autores en general en donde detalló su postura frente a la situación y compartió su filosofía con respecto al negocio que el coloso de Internet y las grandes compañías que impulsan el mercado de los libros electrónicos, están armando.

Ahora sí, transcribimos el material, que les puede resultar algo extenso, pero aseguramos que es realmente interesante.

Esperamos sus comentarios.

A los autores de la agencia
Queridas amigas y amigos,

GOOGLE, EL PROBLEMA DEL LIBRO ELECTRÓNICO Y LOS CONTENIDOS

En las últimas semanas hemos recibido muchas consultas sobre los mensajes que Google, a través de organismos de recaudación y agentes literarios, ha enviado proponiendo que los autores cuyos libros han sido escaneados ilegalmente por ellos, acepten o rechacen una propuesta para legalizar la situación, cobrando una indemnización y autorizando la explotación futura de sus libros.

Esta carta tiene por objetivo explicar nuestra posición como agencia literaria, que es compartida con las 22 agencias literarias asociadas en ADAL (Asociación de Agencias Literarias de España).

Cuando se inició la gran campaña mediática sobre “el aporte cultural” de Google al futuro acceso a los libros, mediante el escaneo de millones de títulos por acuerdo con las principales bibliotecas del mundo, todos sentimos que algo se nos estaba escapando, aunque no comprendíamos bien qué. Ahora sabemos que fue una campaña confusa, que logró hacernos dudar de nuestra capacidad de comprensión. Lo Google fue una acción contraria a todas las leyes internacionales de propiedad intelectual.

Hace unos meses, la justicia estadounidense declaró ilegal la acción, ante una demanda de la Asociación de Editores de ese país. En una audiencia de conciliación, Google ofreció una indemnización de 130 millones de dólares para los autores damnificados, y el juez le ha otorgado unos meses para obtener la aprobación de los damnificados.

Google ofrece dos opciones: aceptar la indemnización y otorgar el derecho a explotar en el futuro la venta de esos libros, o excluirse de ese acuerdo. Quien acepte, recibirá como indemnización una suma de alrededor de alrededor de 58 dólares por autor. Quien se excluya no cobrará la indemnización, y Google retirará la obra de su catálogo.

Quien acepte, recién tendrá una oportunidad de “salirse” del acuerdo en 2011. Quien se excluya, no pierde ningún derecho a negociar posteriormente con Google, si así lo deseara.

Las ediciones escaneadas y catalogadas por Google son una vergüenza: al desconocer lo que es “un editor”, han escaneado las obras que estaban en las bibliotecas, muchas son antiguas ediciones hoy retiradas de circulación, revisadas y/o retraducidas, muchas poco legibles, y obviamente sin consideración de la opinión del autor ni del editor. Ha sido un proceso masivo y automatizado, a cargo de técnicos informáticos sin formación ni asesoramiento editorial.

En realidad lo que está en juego detrás de esto, es otra cosa: el futuro del libro electrónico, que depende de quién impondrá finalmente el dispositivo para la lectura de libros digitales.

Lo de la gran biblioteca de Google ha sido un “globo sonda”, una forma muy ejecutiva de evaluar el costo real de los contenidos editoriales, que en un futuro serán necesarios para dotar de contenidos a lo que hoy es la lucha central en las grandes multinacionales informáticas: el dispositivo.

La proliferación de informaciones sobre el libro de electrónico trasmiten una confusión, que es fundamental diferenciar: una cosa es el dispositivo de lectura, y otra los contenidos a leer.

Asistimos a una pelea entre titanes: Microsof, Sony, Phillips, Amazon, Google y alguno más. A ellos, se acaban de incorporar los fabricantes de teléfonos celulares: Nokia, Apple, etc. Falta mucho por decir. Para muestra, esta reciente declaración de Steve Jobs, patrón de Apple: “¿Para qué comprar un Kindle [dispositivo de lectura exclusivo de Amazon], si con el iPhone se puede leer cualquier libro”.

En esta competencia que requiere enormes recursos económicos y capacidad de desarrollo, ningún autor, agente literario o editor, por más grande que sea, tiene nada que hacer. En cambio, cuando un dispositivo se haya impuesto, por sus características y precio, y antes de se comercialice en forma masiva, se necesitarán contenidos. Una vez que al cliente le hayan vendido el aparatito, este querrá tener contenidos para leer. El dispositivo se comprará una vez, pero los contenidos se comprarán muchas veces. En unos años, probablemente será como es hoy con las impresoras, que cada día son más baratas porque el negocio es vender luego los cartuchos de tinta.

El área de los contenidos no le interesa a los gigantes informáticos, porque el proceso de creación y edición no es algo “automatizable”, por lo tanto para ellos no es estratégico.

En cambio para los escritores, sus agentes y sus editores, el contenido es lo fundamental. Nada es más “estratégico” en la actividad editorial que la obra del autor.

Los desarrolladores de la tecnología dicen que les falta unos tres años más para tener un dispositivo funcional y a buen precio. Quien gane esa carrera, nos tendrá que comprar contenidos, ya que sin ellos el dispositivo de lectura de poco servirá.

Las agencias literarias también creemos que, todo lo que tiene que ver con el libro electrónico, conviene analizarlo junto con los editores, quienes desde siempre, y por mucho tiempo más, serán quienes publiquen a nuestros autores en el soporte tradicional. Por esa razón no estamos de acuerdo en ceder derechos electrónicos a nadie, hasta saber quién y cómo los va explotar.

Toda cesión que se haga en este momento, cualquier editorial electrónica que se forme de manera doméstica –aunque tecnológicamente sea posible-, no tiene futuro, solo servirá para crear más intermediario en la venta de este tipo de derechos.

En cuanto a la situación con Google, al día de hoy no hay un listado completo de todas las obras escaneadas por Google, no lo saben, lo tendrán recién en agosto, pero hay listados parciales que son de terror: están todas las obras de la mayoría de los autores de esta agencia, algunas de ellas en más de una versión, incluso las que ya no tienen derechos vigentes o están fuera de circulación. Hay amplia información disponible en http://www.googlebooksettlement.com/r/home. También nos pueden pedir copia de esos listados para no tener que registrarse en Google.

Es curioso el mecanismo inverso que ha aceptado la justicia, pero quien no esté de acuerdo con la propuesta de continuar en Google, debe excluirse explícitamente, la no respuesta se considera aceptación.

Aunque nuestra opinión como agencia es clara, los derechos de las obras no son de la agencia, sino de su autor. Por lo tanto aceptaremos lo que cada uno nos indique en cuanto a permanecer e incluirse, o excluirse del acuerdo con Google. Para ello necesitamos que se nos informen la decisión lo antes posible. Para la agencia será un trabajo enorme, pero lo tenemos que afrontar, y no hay demasiado tiempo.

Finalmente, una reflexión personal sobre el futuro del libro y sobre el libro electrónico, ese tema con tanto “glamour” mediático. Estoy convencido que el libro electrónico afectará especialmente al sector editorial de la enseñanza. Dentro de diez años, algo menos quizás, será más barato un terminal para cada estudiante, que un pupitre de madera. Los estados ahorrarán gastos en educación, tendrá que pagar menos maestros, y lograrán unificar criterios educativos. Los organismos mundiales financiarán esta operación, que será la próxima gran revolución educativa, y sin dudas una caída más del nivel cultural de la población.

No pretendo disminuir la importancia de las herramientas que la tecnología nos ofrece, pero creo que no tenemos que dejarnos avasallar por ella, ni por su ritmo, ni por su capacidad de presión mediática. No creo que el libro de ficción, el libro práctico, la novela, el ensayo, el libro de arte, el infantil, se vean afectados por el libro electrónico. Este no surge por demanda de la sociedad, sino por presión de los fabricantes. Si el mundo de los próximos años, como pareciera, será un mundo sin consumidores, los problemas más urgentes para el libro serán otros. Recordemos que cuando se inventó la imprenta, los escribas estaban convencidos –de buena fe- que el fin del libro había llegado. Y aquí estamos, quinientos años después.